¡Feliz Día del Niño, mi morocho!

 Sin lugar a dudas, esta fecha, para nosotros, los pobres, es muy especial. Y, es que cuando niña, había cuatro días del año que esperaba con suma ansias: cumpleaños, Navidad, Reyes y Día del Niño. Eran los días especiales en los que al fin llegaba ese regalo por que tanto se esperaba, el soñado, el que había que cuidar mucho porque si se rompía, nadie iba a sacar la tarjeta de crédito para ir a comprarlo de nuevo; en mis tiempos, a decir verdad, la "tarjeta de crédito" era algo que solo conocían los ricos. En estos tiempos, más informáticos es algo un poco más al alcance de todos, ¡hasta yo tengo una!

Ya con mis canas, esa ansiedad está más en dar que en recibir el soñado regalo. Como dije, en estos tiempos, hasta yo tengo una tarjeta de crédito, que saqué, con bastante temor, para poder comprar un par de anteojos nuevos. Los que tenía ya no daban más y la pérdida de visión en mi ojo derecho tras una operación de retina habían agravado mi miopía y se volvía urgente el cambio. Fue para esta fecha, pues, hace un par de años que me decidí a arriesgarme y solicitar mi primera tarjeta de crédito. Con mi morocho fuimos a retirarla, pero, siendo vísperas del Día del Niño, obviamente, mi primera compra no fueron los anteojos: un "señor cara de papa" (Toy Story) con el que mi pequeño soñaba hacía meses, en una juguetería del centro de Varela. Mis anteojos tuvieron que esperar un mes más, total, habíamos esperado años, un mes no sería la gran diferencia. ¡Y esa sonrisa en la carita de mi morocho, valía la espera!

Y, en este año de pandemias e incertidumbre, el Día  de Niño, llega como una brisa fresca a recordarme que lo más importante está aquí, volviéndome loca con sus travesuras y griteríos, sumergido en su fantástico mundo de Minecraff. Duele un poco, debo confesar, que ya no me pida juguetes, pero buscar con ansias ese regalo que le haga feliz borra toda tristeza y preocupación. Ese brillo en sus ojos cuando al fin llega lo que tanto deseó, me hace recordar a la niña que fui, a mamá y sus embustes para que no me diera cuenta cuánto sacrificio encerraba ese pequeño regalo que era todo mi mundo. Ese brillo en sus ojos hace que tenga sentido estar viva. 

Y me  parece oír otra vez la voz de mi mamá, al oído del corazón, recitándome el final de aquel viejo poema que crecí escuchando atónita por las noches: 

"(...) La aurora se acerca espléndida, diáfana,

lentamente despliegan las nubes

su manto de escarcha,

la madre afanosa se tira de lecho

y sus toscos aperos prepara,

que ya espera más ruda que nunca

la brega diaria,

cariñosa y tierna se acerca

hasta el lecho donde el niño

cándido, tranquilo descansa,

un instante contempla amorosa, 

su  faz sonrosada y después...

con cariño ferviente

dando un beso en sus labios exclama:

¿Yo turbar este sueño tan dulce?

no fuera quien soy ni tuviera entrañas...

juega, brinca y destroza hijo mío...

¡tu madre lo gana!"

(La guaja, Vicente Neira)


Te espero en InstagramFacebook y Pinterest



Comentarios

Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *