El ritual de los domingos

 En todo el tiempo que viví junto a mamá, los domingos eran un día especial, encerraban nuestro secreto ritual de compartir juntas ese día como un tesoro sagrado que disfrutábamos plenamente. Nos levantábamos sin horarios, almorzábamos juntas, charlando y después, ella con sus libros y su té con pan, yo con mis auriculares y Luis Miguel, pasábamos la tarde; por la noche, "preparaba la platea" para ver alguna película, o simplemente hablábamos, de todo, de nada.

¿Recuerdan esa canción de Arjona, "Acompáñame a estar solo"? Mamá es la única persona en toda mi vida que siempre supo acompañarme a estar sola. Su presencia jamás era invasiva, sabía cuándo hablar y cuándo callar, cuándo preguntar y cuándo responder; nuestra casa era muy pequeña, un monoambiente, pero ella lograba siempre darme ese espacio de intimidad que necesitaba. No era preciso abrir los ojos para saber que estaba ahí, junto a mí; y, pese a su partida física, sé que aún está aquí, acompañándome a estar sola, iluminando el camino en medio de la oscuridad, velando mi sueño, sosteniéndome cada vez que tambaleo, compartiendo cada domingo el ritual que la muerte no nos pudo robar. 


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