Un unicornio blanco

 Cuando niña, mi madre solía contarme un cuento sobre el "secreto de la felicidad"...

"Un rey tenía dos hijos; el mayor era extremadamente triste, pasaba sus días lamentándose por todo sin lograr encontrar nada positivo a su alrededor, aburrido y cansado siempre. El menor en cambio, era extremadamente alegre, vivaz, siempre sonriente y confiado. Al rey le preocupaban sus hijos y decidió llamar  al más reconocido sabio del reino para pedirle consejo sobre que hacer con sus hijos.

-¿Qué es lo que te preocupa, majestad, realmente, de tus hijos?

-Ver que sean tan opuestos, quisiera que algo de la dicha del pequeño, estuviera en el mayor, pero no logro saber que puedo hacer por ellos; son tan distintos, que casi no tienen trato entre sí...

El sabio guardo silencio un momento y luego respondió:

-Lamentablemente majestad, no hay nada que usted pueda hacer; la felicidad es un misterio que habita en el interior de nuestra alma, y es imposible que una pueda trasmitirla a otra; puede alguien ayudar a descubrirla en nuestro interior, pero, si no está en nosotros, nada puede traerla. Simplemente existe o no. Es un misterio...

-Pero, algo debe poder hacerse para que alguien sea feliz, ¿no?

-Por supuesto. El amor, la buena compañía, las pequeñas alegrías de lo cotidiano nos ayudan a ser felices; pero debemos tener una mirada capaz de descubrir eso a nuestro alrededor. 

-¿Cómo puedo lograr esa mirada en mi hijo mayor? ¿Que debería hacer con ellos?

Ante la insistencia del soberano el viejo sabio respondió:

-Lleve al  mayor de sus hijos al sector más hermoso y confortable de palacio. Déjele allí, todo lo que pueda necesitar: la mejor comida, la mejor compañía, la mejor música, los mejores libros. Busque una gran terraza con la mejor vista  del reino, para que pueda pasear a su antojo. Hágale llevar, todo cuanto desee y quiera. A su hijo menor, en cambio, llévelo al lugar más oscuro y apartado de palacio; hágale llevar solo la ración de comida necesaria para su subsistencia; déjelo solo. Luego de un año, vaya a visitarlos y encontrará la respuesta a su preocupación.

El rey hizo tal cual le ordenó el sabio. Al termino de un año, fue hasta el confortable sector de palacio donde el mayor de sus hijos se encontraba. Lo halló taciturno, recostado en un suave sofá.

-¿Cómo te encuentras, hijo? -preguntó el rey, ansioso de recibir una repuesta agradable del príncipe.

-¿Cómo podría encontrarme, encerrado todo el día en palacio, haciendo siempre lo mismo? ¡Harto! 

El rey fue entonces en busca de su hijo menor, desilusionado y muy preocupado. Si el mayor, rodeado de todo lo mejor, estaba tan apesadumbrado, el otro, encerrado en los oscuros sótanos de palacio, estaría totalmente entristecido; sintió culpa por haber hecho lo que el anciano le había dicho y pidió ser llevado de inmediato junto al muchacho, deseoso de abrazarlo y disculparse. Estando ya cerca de la puerta, escuchó un silbido alegre, que venía del interior. Al abrirse la puerta, encontró a muchacho haciendo un hoyo en el piso de tierra del sótano. 

-¡Papá, qué alegría verte de nuevo! Llegás justo a tiempo.

El rey lo miró atónito, pensando que su hijo había enloquecido; una mirada rápida, le hizo ver que el lugar se encontraba prolijo, ordenado, aseado.

-¿Has visto qué bien ha quedado el viejo sótano? -repuso su hijo- es increíble la cantidad de cosas que uno deshecha que pueden ser útiles y transformarse con un poco de imaginación...

-Veo -respondió el rey- parece que has estado muy ocupado...

-Bastante. Agradezco este tiempo; los compromisos y protocolos de palacio no me dejaban espacio para dedicarme hacer nada más.

-¿Qué es ese hoyo? 

-Estoy buscando; seguramente, voy a encontrar algo olvidado con lo que hacer un unicornio blanco para el niño de mi buen sirviente, que me ha estado atendiendo todo este tiempo... "


Si algo puede compararse con el oscuro y apartado sótano de palacio, es Barrio El Parque, aunque bastante más sucio. Muchas veces, me siento encerrada en este lugar, destinada a una vida gris de la que no se puede escapar. Nobleza obliga, siempre he tenido que luchar con mi depresión y más de una vez, me preguntaba de dónde provenía esa sonrisa de mamá, esa paz que siempre tenía en su corazón. Siempre que preguntaba, la respuesta era la misma: "Sí, Alita, soy feliz" Y le creía, en verdad, le creía, se le notaba a simple vista, sin caretas ni hipocresías, ella era feliz. Yo, en cambio, nunca voy a lograr descubrir cómo se siente la felicidad...

Pero, al menos, he logrado una cierta calma interior. Mi morocho, en mucho se parece a su abuela; siempre sonriente, con esa mirada de niño, logra descubrir siempre en medio de este basurero llamado Barrio El Parque, un universo de cosas y seres fantásticos. Las plazas aquí, son un montón de hierro oxidado, abandonado sobre el frío y gris cemento; sin embargo, basta verlo corretear junto a los otros niños, para que se transforme un "pedacito de cielo" con "unicornios blancos" escondidos por todas partes. Una tarde, a la salida del colegio, quiso ir a jugar y, como no tenía mucho que hacer, lo dejé irse a su pequeño universo de fantasías, cabalgando en el viento, junto a sus  bravos caballeros; mientras miraba sus carpetas, me trajo unas flores naranjas, silvestres, muy hermosas, cual príncipe de cuento. Esa capacidad de encontrar siempre algo hermoso en medio de toda esta mugre, me maravilla, me trae de vuelta la niña que fui, esa que se asombraba con una mariposa, con el salto travieso de un sapo, con una piedrita de colores... ¿Dónde se me habrá ido aquella niña?

Le saqué una foto, y al llegar a casa, las puse un frasquito con agua, para luego editar la foto y subirla al face. Hacía mucho que no veía esa foto, y en este día, en que la depre me atacó fuerte, sin ganas de levantarme, asfixiada en esta casa que por momentos, siento como una tumba, me recordó que junto a mí, hay un pequeño príncipe morocho que siempre encuentra algún unicornio blanco con el que devolverme las ganas de vivir.


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