Donde quiero estar

 El mar ha tenido siempre para mí una fascinación especial. La primera vez que viaje a la costa, a la emblemática Mar del Plata, desperté a todo el pasaje del micro al grito de "el mar, mamá, el mar". Se me hacía difícil creer que era real esa enorme masa de agua que, con su vaivén, parecía darme la bienvenida a "la feliz".
Un año más tarde, mi encuentro con el mar fue en Necochea; la inmensidad de aquellas playas y, en especial, de aquella donde un viejo muelle abandonado me recibió somnoliento, como despertando después de siglos de soledad, la hicieron "mi ciudad" de vacaciones. En aquella solitaria playa se quedó lo más hermoso de mi adolescencia, atardeceres de silencio, mate y boleros de Luis Miguel, que añoro como se añora esas pequeñas felicidades que acariciaron nuestro corazón. 
Hace décadas que no vuelvo al mar; la verdad, no quiero irme de esta vida sin volverlo a ver, respirar, dejarme humedecer por esa tibieza salada de sus aguas, inquietas, traviesas, desafiantes, infinitas... Quería este año, festejar mis 50 con una escapadita, y mas allá de la pandemia, todavía conservo la esperanza de que se pueda, ¡Dios dirá! Pero, este año o el próximo, o algún otro, voy a volver, aunque sea uno o dos días; a Necochea, Mar del Plata, o a donde Dios me quiera llevar, pero ahí estaré, disfrutando otros atardeceres, junto al mate, música y un morocho jugando con sus olas. Me lo debo, porque estar donde nos hace bien, no es un privilegio de unos pocos elegidos. Es un derecho de todos. 
Y, por eso, sea el mar, la montaña, bosques, campo, o la plaza de tu barrio, no te prives de esos pequeños momentos que te llenan de paz, que te acarician el corazón, ese lugar donde querés estar... No están tan lejos, ni son tan imposible de llegar.


¿Cuál es tu lugar, a donde te gustaría estar?

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