Mamá, mi ángel guardián

Mamá solía decir: "Las madres solo descansan cuando las sacan con los pies para adelante". Ahora pienso, después de 23 años de su partida que no es así...
Recuerdo una madrugada, cuando mi morocho tenía unos tres meses de vida, en esas noches sin descanso en las que debía darle la mamadera cada dos o tres horas, vencida por el cansancio, soñar que mamá entraba en la habitación y me decía: "Tranquila, Alita, ya te calenté la leche, está lista para el gordo; levántate, nomás que te la alcanzo para que se la des" Verla en el sueño, profundo, me sobresaltó y desperté. Ezequiel estaba llorando porque era hora de su leche y no lo había escuchado...
De niña, crecí escuchando las anécdotas de mamá con su grupo de amigas de exalumnas de su escuela; los eventos que organizaban para el colegio, sus charlas recordando a las hermanas de la Misericordia, sus maestras, sus travesuras y juegos. Eran un grupo muy unido, activo, porque eran pupilas y cada una venía con un historia a cuesta que las hacía familia. No eran chicas que se encontraban unas horas en la escuela y luego volvían a sus casas, eran hermanas de un gran familia y aquellas monjas, eran sus "mamás", que las cuidaban sin descanso, con un amor que, definitivamente, no era de este mundo. Aquel grupo de exalumnas tenía para mí una magia especial, que siempre envidie y, a medida que fui creciendo, y envejeciendo, fue naciendo en mí cierta añoranza por mis compañeros de primaria y secundaria. Pase por tres escuelas durante mis estudios primarios; la secundaria, en cambio, la hice en el Instituto Inmaculada Concepción de María, en la calle Moreno al 900 de la Capital Federal; fue el primer colegio para "señoritas", como se decía, de la ciudad, inaugurado por las hermanas Vicentinas; luego, a mediado de los '70, había pasado a manos de un grupo de laicos, tras la partida de las monjas. Ya para los '80, cuando yo egresé, la mala administración y una posterior venta que terminó en estafa, hizo que aquel edificio, histórico, que había abrigado mi adolescencia, terminara convertido en un estacionamiento. Si, Argentina tiene la particularidad de no saber cuidar nada...
En fin, nunca volví a saber nada de mis compañeras, ni de primaria, ni de secundaria y creo que era un dolor al que me había acostumbrado; por alguna razón, nada de algún tiempo feliz de mi pasado podía seguir vivo en mi vida. Todo se había vuelto sombras y ruinas, fantasmas desdibujados por el devenir de los años.
Pero, las madres nunca descansan, ni "cuando se las llevan con los pies para adelante". Este año, en mi cumpleaños número 50, quería algún festejo especial, medio siglo de vida no es poca cosa. No me gustan las fiesta, así que no estaba en mis planes nada por el estilo; más bien había pensado en alguna salida especial, al cine o al teatro, alguna cena en un lugar lindo con mi amiga, algo que saliera de la rutina, incluso fantasee con una escapada al mar... Pero, nos cayó la peste made in China y todo se fue... ¡a la China! Todo, menos mamá.
Ayer recibí un llamado que, debo reconocer, al principio me asustó porque, ¿quién pregunta tanto por qué escuela fui y cómo lo sabe? Este mundo de la Internet a veces se vuelve peligroso. Pero, cuando entendí de dónde venía tanta pregunta, la alegría fue infinita. Mi vieja amiga de la infancia, me estaba hablando y me había estado buscando desde hacía años. Y, no solo ella, aquel grupo de compañeros con los que terminé mi primaria, estaban tratando de ubicarme para unirme a su grupo de exalumnos del Valentín Gómez. Yo solo compartí con ellos los dos últimos años, y para cuando llegué a la escuela, ellos eran un grupo que estaban juntos desde el 1er. grado y, algunos, desde el jardín, por eso mi sorpresa de que se acordaran. Además, yo era la "gordita antiojuda" tímida, que casi no hablaba ni jugaba, típica nerd para el olvido; o, al menos, así me sentía yo. ¿Rencor? ninguno, en todo tenían razón, así era yo, una tonta que no se animaba a pedir una goma prestada por temor a molestar... 
Seguramente, tendrás muchos razonamientos lógicos de cómo me encontraron; ellos también. En la era de la Internet, hasta yo supe cómo encontrar a otros viejos amigos del pasado. Pero, en el fondo de mi corazón, conociendo a mi vieja y sus sorpresas cada 3 de diciembre, sé que esa "internet" se llama MAMÁ...
No, las madres nunca descansan; solo se visten de ángel guardián y vuelan al cielo, cuando las llama Dios, a cuidarnos junto a él.


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