Enero

 A lo largo de toda mi vida, enero ha tenido la frescura de las vacaciones, porque siempre ha sido el mes en donde me tomaba el deseado descanso. Cuando niña, no solía ir a veranear a ninguna parte, fue ya en los comienzos de mi adolescencia que viajé por primera vez a Mar del Plata y me enamoré perdidamente del mar. No obstante, enero era el mes de las vacaciones; terminadas las Fiestas, comenzaba ese mes de quietud donde mi mamá estaba más presente y la rutina cambiaba. Por entonces, vivía en Buenos Aires, en la zona de Primera Junta, limitando con Caballito y Flores; aquellos barrios  tan típicamente porteños, mezcla de tango y coquetos chalets, fueron los escenarios donde transcurrió mi primera infancia y mis "vacaciones". Por la tarde, cuando bajaba el sol, jugaba en la vereda con Juanjo, mi amigo de la infancia hasta las 21 o 22 hs. lo que era para nosotros toda una "trasnochada de aventuras"; por la mañana, mamá preparaba el mate, la vianda con sándwichs de milanesa y algunas bananas, la loneta y mis cacharros para jugar en el agua y nos íbamos al balneario de la Costanera; todavía guardo en la memoria aquella vieja pileta de cemento con un poste en uno de sus extremos desde donde salía un chorro de agua fría que servía para lavarse los pies antes de meterse en la pileta y con el cuál  yo creaba un sin fin de aventuras, surcando los siete mares en mi barco pirata, atravesando peligrosas cataratas y acantilados y venciendo a fantásticos seres... Por supuesto, de aquel mágico lugar no queda más que mi recuerdo en la memoria.
Con mi adolescencia, llegaron las serenas y espaciosas playas de Necochea; contaba los días para viajar a aquellas solitarias playas con mamá o mi amiga; el mate, los boleros de Luis Miguel, mis agendas llenas de escritos y dibujos y el gran amor de mi vida: el MAR... Me cuesta explicar la fascinación que me produce con su majestuoso oleaje, su ronco rumor arrullando mis fantasías, su paleta infinita de colores, su mundo lleno de vida, oculto en las profundidades de su alma, su misterio perdiéndose en el horizonte, hundiéndose en el firmamento, dejándonos sobre las arenas su tibia caricia o su apasionado beso... Aquellos atardeceres en la playa del viejo muelle abandonado, es lo más cercano que he vivido a estar, cara a cara, mateando con Dios.
Después mi vida se desbarrancó y ya no volví al mar, hasta el día de hoy; ruego a Dios, no irme de esta vida sin volverlo a ver, aunque sea una última vez...
En fin, en barrio El Parque lo único que hay para ofrecer en toda época del año, todos los años es un tendal infinito de basura, borrachos y cumbia a todo volumen donde sea que mires o transites... ¡es lo que hay!. Pero, aún aquí, enero tiene su encanto. Muchas tardes estuvieron abrigadas por la sombra del viejo sauce (mi Jaime, que ya no está más) mientras acompañaba al valiente Ben Hur en su búsqueda de justicia, hasta el pie de la Cruz en Monte Calvario; o me dejaba enamorar por la luna gitana de Lorca o el Corazón Coraza de Benedetti; otras, se volvieron cómplices de la implacable ironía de Dickens y el irreverente cinismo de Wilde; y muchas, se perdieron sigilosas en los misterios de Holmes y su fiel Waston. Días de amarillentas páginas con las silenciosas compañías de mis perros y gatos, tendidos a mi pies, que fueron mi pequeño oasis. 
Después llegó mi morocho y enero se volvió a llenar de piratas y ballenas amistosas, y volví a surcar los mares infinitos de mi niñez, en sus juegos y chapuzones, en esa pileta de lona que esconde universos insondables...
Y, es que aprendí en estos 50 eneros que he vivido, que el "lugar" poco importa; sea una vieja pileta de cemento o lona, el fascinante mar o la simple sombra de un sauce llorón, lo que vuelve mágico el lugar, inolvidable el momento, son los seres que nos rodean, el amor que nos dan, la compañía que nos brindan. Las "vacaciones" son ese tiempo en que nos detenemos de todas nuestras actividades, para disfrutar de ellos, los que amamos, por eso son tan especiales. El año que pasó nos detuvo porque un virus asechaba por las calles, nos llenó de ausencias y nos enfrentó a lo débiles que somos, y esas "vacaciones" no fueron nada agradables. Pero, de a poco, nos fuimos acostumbrando a la "nueva normalidad" y en ella, lo primero que buscamos es recuperar las presencias que hacen de nuestra vida, un momento inolvidable. 
No, sacate de la cabeza esa absurda idea de que la felicidad está en vos. La felicidad está en los seres que amamos, en su compañía, en todo lo que nos dan y en todo lo que nos enseñan a dar.
Todos mi eneros han sido días felices, porque todos están llenos de presencias que nunca voy a olvidar...


¡Felices vacaciones!

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