Libros...

 Mi mamá tenía un don especial para narrar historias. Desde muy pequeña, crecí fascinada por sus relatos, fuese una simple anécdota de infancia, una gran novela o una vieja película. En su voz, todo se transformaba, y mi imaginación viajaba por universos mágicos, infinitos, viviendo audaces aventuras, apasionados romances y venciendo trágicos destinos. Y, es que muchas veces, sabiendo lo que odiaba los finales tristes, improvisaba "versiones mejoradas". Aquella mujercita pequeña e inquieta, era una fuente inagotable de historias donde siempre el amor triunfaba sobre todo mal. ¡Cuánto extraño su voz por las noches, cuando la luna invita a soñar con su luz!
Desgraciadamente, no heredé su don, pero sí su pequeño tesoro: los libros. Casi no viene a mi memoria alguna imagen de ella en donde no haya un libro entre sus manos; había aprendido a leer antes que a escribir, sola, haciendo una asociación entre el sonido y los signos impresos en el papel. Leía hasta los carteles de los negocios, en las calles, mientras viajaba en colectivo; era casi una adicción... que tampoco heredé. Me llevó tiempo y esfuerzo agarrar el habito de la lectura; para mí, eran mucho más fascinantes las historias en la voz de mi mamá que en las hojas de los libros. Pero, cuando al fin concluí mi primer libro, empecé a comprender por qué  a ella le gustaba tanto leer.
Era ya una muchacha de unos 13 años, cuando me regaló "La cabaña del Tío Tom", en una versión juvenil de la colección Billiken, y, aunque conocía la historia de memoria por el relato de mamá, no pude parar de leerla hasta el final. A decir verdad, creo que  nunca había encontrado hasta ese entonces un relato que me llenase, que me tocará el alma, que me involucrará con los personajes hasta el punto de llorar y reír con ellos, de desesperarme por sus desventuras, de amarlos y odiarlos con la misma pasión. Y creo que esa es la "magia" de un libro: acariciarnos el alma...
Más allá de la buena o mala redacción de un relato, que sin dudas es importante, si una historia no te llega al corazón, si no te involucra con sus protagonistas, por muy bien escrita que este, no pasa de ser más que un montón de palabras, correctamente ordenadas. Solo eso. He tenido que leer a Borges más de una vez en la escuela y facultad, y por mucho que se horroricen los intelectuales, me ha costado un esfuerzo sobre humano pasar de la segunda oración. Lo he leído porque no me quedaba otra. Su talento como escritor es indiscutible, pero a mí no me dice nada, nada en absoluto; solo es un montón de palabras perfectamente ordenadas frente a mis ojos; no me identifico con sus historias, no tienen nada que ver conmigo o mis sentimientos, y sus personajes son absolutamente indiferentes, fríos, espectros que no logran despertar en mí, la más mínima emoción, nada. Absolutamente nada. En cambio, amo a Dickens, Wilde, Neruda, Benedetti, García Márquez, Conan Doyle, Christie... ¡y tantos otros! que me emocionan, me trasladan a universos impensados, me destrozan el cerebro, tratando de descubrir quién es el asesino, o el corazón, con un amor apasionado, imposible, invencible frente a todo. Y sus protagonistas se vuelven tan míos, que los extraño al cerrar el libro en la última página durante días. De echo, pasan varios meses y hasta años, entre que leo un libro y otro, por esa dulce añoranza que dejan en mi; esa caricia en mi alma...
Definitivamente, es mucho más que el correcto uso del lenguaje; es un misterio. Cada libro es un amoroso misterio que une al autor con su lector, que no tiene explicación, simplemente, porque nadie elige de quien se enamora, se da o no. Tan simple como un verso; tan insondable como el corazón humano.


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