El misterio insondable

 Si tuviera que definir mi adolescencia en un solo nombre, simplemente diría "Pato". 
Cuando llegué al Valentín Gómez, en 6to.grado de primaria nos conocimos. Las dos éramos nuevas en aquel colegio de doble escolaridad, ubicado sobre la calle Independencia al 700; ella se acaba de mudar a Capital, tras la muerte de su mamá con su padre y yo, la perdería al año siguiente. En esos últimos dos años de primaria que compartimos, no fuimos más que compañeras. La muerte de Ana, nos acercó, pero no sería hasta terminada la primaria que comenzó nuestra amistad.
Por aquel entonces, para entrar a la secundaria había que dar examen de ingreso. Nunca supe bien porque, "travesuras" de mi buen Jesús, obtuve una beca del Rotary Club, que le permitió a mamá pagar todos mis libros de textos y demás, sin inconveniente, además de una importante descuento en la cuota del colegio. Fue el Instituto Inmaculada Concepción el que abrigó mis 5 años de Perito Mercantil.
El colegio ubicado en la calle Moreno, esquina Tacuarí, fue el primer colegio de señoritas de Buenos Aires, fundado por las monjas vicentinas; un edificio centenario, con una pequeña capilla en donde, sobre la puerta de entrada, se alzaba una imagen de la Virgen, con sus brazos abiertos. En mi memoria quedará siempre allí, esperándonos cada mañana, para abrazarnos junto a su corazón. Aún hoy conservo aquella costumbre cada vez que paso por algún templo de decir "Buen día, Jesús" como lo hacía cada mañana al entrar a clases. Aunque en aquella esquina de Buenos Aires, hoy sólo exista un estacionamiento. Las reiteradas estafas de la administradora del colegio, hicieron que aquel edificio que abrigo toda mi adolescencia, y la de miles de niñas que pasaron por allí, sea sólo un recuerdo en nuestro corazón.
A Pato no le fue tan bien en el examen de ingreso y terminó en bachiller, junto a otra de nuestras compañeras de primaria. Por más que trato de hacer memoria como fue que de pronto nos volvimos inseparables, justo cuando no compartíamos el mismo curso, no logro recordarlo; será tal vez, porque la amistad no necesita de explicaciones, se da simplemente. 
Teníamos gustos parecidos, pero personalidades bastante opuestas; yo era tremendamente tímida, soñadora, casi ingenua; ella en cambio, siempre segura, audaz y, revés de la vida, bastante más madura. Luis Miguel y Tremendo eran nuestro mundo "privado" al que sólo teníamos acceso nosotras. Siempre fui, si, muy hábil para crear historias, y nuestros ídolos eran los protagonistas de aquellas aventuras. A cada uno le había creado personalidades, características, costumbres especiales y todo un mundo ideal donde Pato y yo éramos todo lo que deseamos ser, sin importar cuán imposible fuera. Aquellas aventuras disparatadas vienen de tanto en tanto, en algún cuento o poema, siguen vivas con otros rostros, nombres, tecnologías; están en mí, ya no con la fantasía adolescente, pero intactas en sus ideales, en la espera de aquel mundo que sé, no es tan inalcanzable como nos quieren hacer creer. 
Pero con Pato, no era lo único que nos unía. Había entre nosotras una secreta complicidad, una de hermanas, difícil de explicar, y que hoy, pese a los años, la distancia y la vida que nos llevó por diferentes caminos, sigue intacta, aunque ahora nos encontremos menos y en vez de Luis Miguel, hablemos de nuestros nietos e hijos. 
Durante muchos años, soñé que me buscaba con un niño; cada vez que despertaba de aquel sueño, tenía una sensación extraña en el corazón, una sensación de que no era sólo un sueño recurrente. Hace un año, después de casi tres décadas sin vernos, cuando escuché su voz por el teléfono y me contó su historia, me di cuenta que no. Tampoco esoterismo. Yo creo que cuando la amistad es verdadera, cuando el sentimiento que une a dos seres humanos es profundo, por lejos que los lleve la vida, hay un Dios que se ocupa de reencontrarlos. 
Aquellos años '80 de nuestra adolescencia, guardan nuestro primer recital, noches de Italpark, tardes de caminatas por Palermo y muchas risas, también algunas lágrimas; el primer amor, el primer desencanto. Y una despedida que nos distanció. 
Ya no somos las niñas que éramos, ni seremos las amigas que fuimos; la vida nos dio caricias y golpes que no se olvidan. Somos estas que nos mensajeamos por whastapp, nos damos like por Facebook y nos reencontramos en el corazón. Ese corazón que guarda cada aventura compartida, cada risa, cada sueño, cada  lágrima, cada instante de aquella adolescencia que nos regaló el misterio insondable de la amistad.


Te espero en TwitterFacebookYouTube y Pinterest



Comentarios

Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *